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Cuando el hombre no cree en Dios, no es que no crea en nada, es que se lo cree todo. Chesterton.

Lo que le está pasando a nuestra Casa

¡Qué mal ha hecho Walt Disney en la sociedad contemporánea! Deberíamos dejar ya de radicalizarnos a través de los sentimientos –manifestando un desquiciamiento profundo y un fanatismo infantiloide– para comenzar a vivir la realidad, que siempre ha sido mucho más interesante. Deberíamos decirles a muchas personas: –No, majo, los animales no hablan, ni piensan, no son intelectuales ni saben hacer arte, no buscan la verdad y ni se extasían con la belleza, deja ya de humanizar como si volverlo todo humano fuera la panacea de los tiempos. Pero, claro, cuando el hombre ocupa el lugar de Dios aparecen los monstruos.

Nos ha sorprendido, y no para bien, que otros personajes de la historia de nuestro pueblo –los hombres– o, si fuéramos creyentes, de nuestra familia, hayan intentado, como Walt, elevar lo creado, lo sin vida y lo con vida –sin contar lo espiritual– al rango del ser humano, intentando conferirle la misma dignidad o casi. Pero, claro, cuando el hombre pone en boca de Dios sus palabras, o cuando usa el nombre de Dios en vano, aparecen los maltratados. Y así estamos, siendo maltratados por unos pocos mediocres, o auténticos desalmados, o defensores del buenismo, tres tipos de humanos que les interesa más su propio ombligo que la caricia real y gratuita.

Hoy en día, el alarmismo es el que más dinero consigue para esas personas que no tienen otra cosa que hacer que exagerar la realidad. El alarmismo, por ejemplo, manifestado en ese ambiente catastrofista ecológico mundial, que se ha adueñado de inmensidad de conciencias, que se ha colado hasta en la Santa Sede, es decir, en la Iglesia, como hace años se coló el mal menor, como hace unos años atrás más se introdujo el comunismo y el capitalismo, como muchos años más atrás se introdujo el estoicismo.

Cuando el alarmismo reina, desaparece la ciencia y el sentido común. Hasta han llegado a llamar al planeta Tierra madre suya… ¡Átate los machos! Que diría el anuncio. Siempre habíamos pensado que, precisamente los católicos, llamaban Madre sólo a Santa María Virgen, Madre de Dios y Madre Nuestra. Es decir, la Edad Media muere cuando el hombre arranca a Dios de su sitio y se pone él, se autodiviniza. ¿Qué Edad ha muerto en el mismo instante en el que el hombre quita a María del lugar que le corresponde por designio divino y pone a la Tierra? Acabamos de matar la Edad del Sentido Común para comenzar la Edad de las Tinieblas… ¿o la Edad de las Sandeces?

A nadie se nos escapa que ciertos subnormales, ávidos de poder, de dinero y de placer, están destrozando partes de este planeta, que por otro lado son importantes, pues la Tierra no es lo que heredamos de nuestros padres sino lo que tomamos prestado de nuestros hijos. A nadie se nos escapa que los que vivimos actualmente deberíamos dejar una Tierra algo mejor a las generaciones venideras. A nadie se nos escapa que la mierda ha de ser reciclada si no queremos comérnosla…

Sin embargo, a algunos pocos no se nos escapa que somos lo que pensamos, y si nos cambian los conceptos o las palabras, lo que están haciendo con nosotros es maltrato moral: pasar lo malo por bueno y lo bueno por malo, para deformar las conciencias y que ellos queden libres de justificar sus asesinatos. El alarmismo catastrofista sobre el destrozo de la Madre Tierra, acaba diciendo que los hombres somos el virus, que somos demasiados, que esto es insostenible… Por lo que se hace indispensable el control de la natalidad por cualquier método establecido y el control de la senectud –tan inútil en todos los casos menos en los que se trata de ellos, claro, de los iluminados–. La desmesurada preocupación por las cosas hace que acabemos destrozando al hombre, así como la desmesurada preocupación por la vida hace que acabemos utilizando a nuestro antojo la muerte.

A algunos pocos no se nos escapa que hoy en día se conocen, si no todos, sí casi todos, los posibles sistemas que no lastiman el medio ambiente en el que vivimos, sino que lo mejoran, como son las energías alternativas no contaminantes, como son los sistemas reales de reciclaje, como es el uso moderado de ciertos bienes –como el transporte– cuyo uso indiscriminado los convierte en males. Indudablemente, se dan demasiado intereses monetarios y políticos como para poder arreglarlo de la noche a la mañana, pero también se da una desidia y un desinterés casi generalizado en la sociedad a la hora de cambiar las cosas, fruto desde luego de una bien orquestada manipulación mediática –al fin y al cabo, quien vive de la publicidad no suele escupir en la cara al que le paga.

Sin embargo, utilizar ciertos males que se dan en el mundo para generar un ambiente catastrofista nos resulta esperpéntico y corrupto. Sobre todo, si se hace desde la única institución que se ha mantenido en el tiempo durante los últimos 2000 años. Esa Institución debería conocer cuál es su inmensa capacidad de generar conciencia y no hablar tan a la ligera.

Si las personas se interesasen una miqueta por informarse y formarse adecuadamente se darían cuenta de que la Tierra sólo se calienta en los cementerios y en el abrazo de dos amigos: vivimos en un período interglaciar al que le quedan pocos años de vida, caminamos hacia una glaciación –la quinta– que va a dejar el Mundo helado. Claro que ningún hombre terrestre lo va a ver, aún así es bueno contar con ello.

No debemos magnificar las cosas que nunca serán magníficas. Es mucho más rentable ser realistas y contar la verdad de cada hecho. Por ejemplo, el calentamiento que afecta de facto, sólo se produce en micro entornos, como son las ciudades llenas de vehículos, las zonas industriales, etc., por efecto del llamado invernadero; los ríos se contaminan cuando en uno se vierten residuos tóxicos… El problema ni siquiera es enorme en cuanto a extensión –la mayoría de la Tierra está deshabitada–, pero sí es enorme en cuanto a solución: vete tú a los urbanos y diles que no utilicen el coche hasta que no se mueva con energía limpia –o diles tú que la energía más limpia se llama andar–, o que vayan en transporte público hasta ese momento. Vete tú a ciertas multinacionales y diles que utilicen los sistemas de reciclado adecuados o que dejen de extraer petróleo. O mira a ver si consigues que algún político de los mal llamados países desarrollados haga algo para dejar de ser corrupto y ponga los puntos sobre las íes –al fin y al cabo son los representantes de su pueblo.

Otro ejemplo, hoy en día no hay ni más ni menos agua que antes, eso lo puede llegar a saber cualquier infante. El problema del agua sigue y seguirá siendo un problema político: mientras así puedan domesticar a ciertos grupos humanos –que suelen ser los menos favorecidos– seguirán con esas políticas esclavistas y torturadoras. Los países donde se sembró la semilla del cristianismo han conquistado la tierra, el problema es que hoy por hoy, sus descendientes, han utilizado esa conquista como si de una bota se tratara para callarles la boca a todos los hombres que viven en esa tierra conquistada… Comenzando por los países de Asia Menor y terminando por los países de América Mayor. En el fondo, y como siempre, se trata de estrategias de poder, ansias de sobresalir, ganas de jugar sobre un tablero que te compró tu padre para minimizar tu incapacidad de amar de veras, tu inutilidad de abrazar. A ver cuándo se hace un buen uso de las aguas subterráneas.

Por eso, desde estos Ritmos siempre afirmaremos que los países menos desarrollados no necesitan que nosotros reciclemos –eso es bueno pero en otro plano–, lo que necesitan es que apartemos nuestro pie de su cara, de su mente y de su tierra; que les ayudemos a vivir en libertad, con sanidad, formación, trabajo, permitiéndoles entrar en los modelos de integración económica mundial. Y cuando decimos nosotros también nos referimos a ellos. La mayoría del planeta está sin explotar, eso de que “hemos rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta” viene a ser lo de siempre: ya viene el coco. Y “sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza…”, no tiene nada que ver. La pobreza no se da por la falta de sitios para explotar, la pobreza se da por la falta de generosidad y de trabajo entre los hombres, y nada tiene que ver con el funcionamiento de los ecosistemas.

Deberíamos tener claro que el universo, con todo lo que contiene, y no sólo la Tierra, pertenece al hombre, no a un hombre, y sólo a la manera de un regalo, no en posesión. El regalo es lo que uno sabe que le ha llegado gratuitamente y de lo que uno se sirve para generar relaciones adecuadas con los demás: para disfrutar adecuadamente. La posesión es una obsesión que arrastra un tremendo sentimiento de inferioridad y una loca manía de destrozarlo todo.

Continuará

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