
Discapacidad y Felicidad –conoce, ama y sé feliz–
“La palabra progreso no tiene ningún significado mientras haya un niño infeliz”. A. Einstein.
La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proceso de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, la envidia, la avaricia…, todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Si se desconoce el arte de vivir todo lo demás ya no funciona.
Hoy día estamos asistiendo ante un gravísimo problema social, gracias al cual hemos llegado al maltrato, a la tortura y al asesinato de seres humanos: se piensa y se actúa como si la felicidad estuviera en el tener y no en el ser. “Tanto tienes tanto vales”. Por lo que inconsciente o conscientemente se cree que el discapacitado –al que muchas veces llaman minusválido (que vale menos)–, al tener menos vale menos, por lo que es imposible –dicen– que sea plenamente feliz, porque, o bien no se entera, o bien no piensa, o bien no siente. Sinceramente espero que los padres no renuncien nunca a sus hijos: porque fuera de la familia hay muy pocas posibilidades.
Mientras no entendamos y no hagamos entender que la felicidad está en lo que eres y no en lo que tienes no podremos alcanzarla. El ser humano disfruta de tres cosas imprescindibles para lograr su plenitud. Sin ellas sería incapaz de alcanzarla, fuera o no discapacitado, tuviera o no el mundo entero, a saber: la vida, la libertad y el amor. Y coinciden con los derechos fundamentales, que pueden resumirse en que todo ser humano tiene derecho a la vida en todo su recorrido, todo ser humano tiene derecho a una vida libre, y todo ser humano es merecedor de amor y de amar.
Para llegar a ser felices hay que saber amar, primero a nosotros mismos, después a los demás. Nadie da lo que no tiene, como nadie ama lo que no conoce. La falta de conocimiento produce un vacío existencial que nos hace vivir en el miedo, en un miedo constante a lo desconocido, al futuro, al presente. Por eso hay que conocer. Es necesario formarse, porque al fin y al cabo, cada hombre es lo que piensa y lo que siente, y así tratamos al resto, y así sembramos, para recoger más tarde. Cuando una persona tiene una inteligencia bien formada puede elegir mejor y tiene, de hecho, más opciones donde elegir. Y, lo que es más importante, conoce lo que es bueno. Por ese camino puede llegar a amar, a dar gratuitamente y a recibir gratuitamente.
Toda vida humana es maravillosa, toda persona es un universo por descubrir que tiene que descubrirse también a sí misma. Son dos las dificultades con las que nos topamos en este recorrido: el dolor y el miedo. Son dos dificultades muy distintas porque el miedo nos anula, pero el dolor, aunque nos tumbe, no tiene esa capacidad, pues en él confluyen distintas realidades. Pero el miedo, si no lo vencemos, suele llevarnos al odio, a la falta de amor. Por eso es tan importante para cada uno de nosotros tener referentes, personas a las que admiramos y que nos han educado correctamente nuestro carácter. Y los más importantes son los padres.
Vida, libertad, amor, felicidad. Para entender en qué consiste la felicidad hemos de saber qué es el amor. No es tarea fácil, porque, como decía Lewis, “ponle un nombre a una buena cualidad y pronto ese vocablo designará un defecto”. Se ha abusado tanto de esa palabra que ya casi no tiene ni sentido, o tiene tantos que no significa nada, puesto que nadie entiende a qué se refiere. Al fin y al cabo, amar es buscar y hacer el bien por y para la persona amada. Pero profundicemos.
“El amor es una cualidad de la persona que determina la raíz misma de la relación existencial del hombre y lo transforma” (Josef Pieper). El amor incluye siempre un ordenamiento intrínseco recíproco entre amante y amado. Es, por un lado, una conmoción que tiende a poseer y a gozar, y por otro, una actitud de entrega y donación que se olvida de sí misma. Por lo que amar a alguien significa aprobarle, dar por bueno, llamar bueno a ese alguien; decirle: es bueno que existas, es bueno que estés en el mundo. Aprobar y afirmar lo que ya es realidad, eso es amar. Alegrarse por mi vida y por la suya.
Cuando uno ama así, cuando uno descubre y afirma que su hijo es un regalo y no un problema, entonces y sólo entonces, somos felices y hacemos felices a quienes nos rodean. Eso es quizá lo más importante, porque no hay nada tan nefasto como hacer ver o sembrar la duda de que una una vida no es plena, no es grandiosa porque no tiene todas las capacidades. Cada hombre es un fin en sí mismo, no es un medio para… Cuando buscamos nuestra felicidad a través de los demás y no descubrimos que la felicidad consiste en amar, nos deterioramos, nos pudrimos, nos encasillamos, nos institucionalizamos y acabamos amargados y amargando a todo nuestro alrededor y a quienes conviven con nosotros.
Si nosotros, o en nuestra familia, tenemos un niño, un joven, un adulto o un anciano discapacitado deberíamos asegurarnos de que sepa por todos los medios posibles que el mundo, este mundo, es mejor desde que él lo habita, y quedará algo vacío, algo más negro, algo más pequeño cuando él se marche. Tiene que saberse amado y saber amar, porque “el amor, y sólo el amor, es lo que tiene que estar en orden para que todo el hombre lo esté y sea bueno”.
Decía Ortega que amar a alguien es estar empeñado en que ese alguien exista; es no admitir, en lo que dependa de nosotros, la posibilidad de un universo donde él esté ausente, estarle continuamente deseando vida. Y añado, facilitándole la vida, la realización de su vida, de su libertad y de su amor. Porque también hemos de dejarnos amar, y con especial atención, dejarnos amar por aquellos que pensamos que tienen menos que nosotros, pero que posiblemente siempre serán más. Y creo que no es necesario que os diga la capacidad tan asombrosa que tiene una de estas personas de amar.
Podría decirse incluso que cuando amamos, cuando nos amamos, y utilizamos uno de los múltiples lenguajes que tenemos para expresar el amor –el lenguaje sexual– hacemos que otro viva, o tenemos al menos esa posibilidad. El problema viene cuando nos creemos en el derecho de segar esa vida o de inutilizarla para siempre.
Hemos de tener muy en cuenta que cuando amamos a alguien le estamos mejorando y cuando nos dejamos amar nos mejoran. Esto es importantísimo para entender la relación que debe haber entre los miembros de una familia, entre los amigos, entre los compañeros o los profesionales de una empresa, o entre los vecinos, o entre los que vamos conduciendo por una autopista o compartimos unos momentos en una terraza durante la caída de la tarde en el otoño. El amor es sosiego y es acción, es un no rendirse nunca, es dar nuestra vida día a día, totalmente. He ahí, además, una de las más profundas causas de alegría que podemos experimentar y que más nos ayudan a salir adelante: el sabernos amados de una forma total. Sabemos que ese amor no se puede merecer ni exigir, que siempre es puro regalo, pero qué grandiosamente alegres nos sentimos cuando sabemos que, aún sin conocernos, nuestra madre nos dejó vivir.
Hoy en día se oye, de vez en cuando, la frase “no quiero nada regalado”. “Y esa actitud está peligrosa y siniestramente tocándose con otra: no quiero ser amado”. Afirma Lewis que lo que nosotros necesitamos es el amor no merecido, pero es precisamente el que no deseamos: queremos ser amados por nuestra inteligencia, por nuestra belleza, por nuestra liberalidad, simpatía o excelencia de dotes”. Esto es así porque muchas veces tenemos vergüenza de sentirnos amados, porque pensamos que no merecemos en absoluto ese amor. Gracias a Dios, los niños que he conocido no piensan así, les apasiona saberse queridos. Si nosotros mismos nos negamos desde el principio la felicidad, cómo vamos a entender algo después, cómo vamos a entender, por ejemplo, que un discapacitado tiene tanto derecho a la vida como cualquier otra persona.
Es verdad, se dan momentos en los que la vida se hace cuesta arriba, por montañas empinadas y desagradables, en el ascenso dejamos jirones del alma y de la piel. Pero el dolor no es un obstáculo cuando amamos de veras, es una dificultad, quizá grande, quizá muy grande, pero si decimos “no puedo” entonces lo hemos convertido en un problema. Por eso, busquemos apoyo, formación y ayuda. Ninguna vida se vive sin tiempo. Necesitamos andar, y el camino se recorre mejor cuando viajamos juntos.