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Ilumina lo que amas sin tocar su sombra (C.B.)

Ayer me preguntaste: ¿qué da sentido a tu vida? Hoy te respondo.

I

Cuando estaba en la escuela sabía lo que tenía que hacer: averiguar lo que querían de mí y darlo. Convertía el arte de aprender en un arte muy sutil de la ofrenda. Es preciso dar al otro lo que espera para él, no lo que deseas para ti. Lo que él espera, no lo que tú eres. Porque lo que espera nunca es lo que eres, siempre es otra cosa. Así que aprendí desde muy temprano a dar lo que no tenía.

En la escuela aprendí lo esencial: aprendí la imitación de la inteligencia, del interés, de la vida. Aprendí como todo el mundo a mentir, a crecer.

¿Qué es un adulto? Es alguien que está ausente de su palabra y de su vida… y que lo oculta. Es alguien que miente. Miente no sobre esto o lo otro, sino sobre lo que es.

II

Cuando estamos enamorados no podemos pensar. Estamos demasiado ocupados quemando la casa. Estamos ebrios. Por eso te contesto: el amor. Solo el amor da sentido a mi vida y la vuelve insensata. Pero hay una palabra que me molesta en tu pregunta: sentido. Voy a eliminarla. ¿Por qué nuestros días han de tener un sentido?

¿Para salvarlos? Nuestra vida no está perdida de antemano.

Mira tu pregunta sin esa palabra molesta: ¿qué te da tu vida? Esta vez la respuesta es cómoda: todo. Todo lo que no soy yo y me ilumina. Todo lo que ignoro y espero. 

III

Sin duda te has dado cuenta: nuestra espera -de un amor, una primavera, un descanso- se colma siempre por sorpresa. Como si lo que esperáramos fuera siempre inesperado.

Este saber me viene de lejos. Este saber que no es un saber sino una confianza, un murmullo, una canción.

IV

El mundo entero reposa en nosotros. Depende de nosotros que se apague o que se inflame. Depende de un grano de silencio, de un polvillo de oro…, del fervor de nuestra espera.

V

Atravesamos una tierra como agotamos un amor. Lo que atravesamos nos cambia. El arte de caminar es un arte contemplativo. Primero miramos lo que atravesamos, luego nos convertimos en ello. No somos más que un recorrido luminoso a través del paisaje mismo.

VI

El amor no ensombrece lo que ama. No lo ensombrece porque no intenta tomarlo. Lo toca sin tomarlo. Lo deja ir y venir. Mira como se aleja, con un paso tan fino que no oímos como muere: elogio de lo poco, alabanza de lo débil.

El amor viene, el amor se va. Siempre a su hora, nunca a la nuestra. Para venir pide todo el cielo, toda la tierra, toda la lengua. No sabría caber en la estrechez de un sentido. Ni siquiera sabría contentarse con una felicidad.

VII

El amor es libertad. La libertad no va con la felicidad. Va con la alegría. La alegría es como una escalera de luz en nuestro corazón. Conduce hasta mucho más arriba que nosotros mismos, hasta mucho más arriba que ella misma: hasta donde no hay nada más que atrapar, salvo lo inatrapable.

Desde luego, en realidad ya no contesto: canto.

C. Bobin, «Elogio de la nada»

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