
–Desde Chesterton–
Amar significa amar al ser amado. Perdonar significa perdonar lo imperdonable. La fe es creer lo increíble. La esperanza es tener esperanza cuando todo parece perdido. Chesterton.
El hombre que hace una promesa se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo distante. El peligro que esto conlleva es que no acuda a la cita. Y en tiempos modernos, este terror de uno mismo, de la debilidad y mutabilidad de uno mismo, ha aumentado peligrosamente y se ha convertido en la base real de la objeción a los votos o promesas de cualquier tipo… Es precisamente este cuento horrible de un hombre constantemente cambiando en otros hombres en lo que consiste el alma misma de la decadencia… Y el final de todo esto es ese horror exasperante de irrealidad que desciende sobre los decadentes, comparado con el cual el mismo dolor físico tendría la lozanía de algo en plena juventud. El infierno que la imaginación debe concebir como el más infernal de todos es estar eternamente actuando en un drama sin ni siquiera la más angosta y sucia habitación en la que poder ser humano. Ésta es la condición del decadente, del esteta, del “amor libre”: estar perpetuamente atravesando peligros que sabemos que no pueden ligarnos, desafiar a enemigos que sabemos que no pueden conquistarnos –ésta es la tiranía burlona de la decadencia que llaman “liberación”.
Sin llegar a ser en exceso ladino, qué mal hace al hombre vivir en la preocupación. Todo aquello que saque al hombre de su ser aquí y ahora, de las relaciones de carne y hueso, de las miradas que huelen y los olores que saben, del color que acaricia y de la presencia que calienta. Todo lo que evite que el hombre viva la vida verdadera, la real, es peor que el cáncer, porque esto sí te mata inexorablemente: no hay esperanza para aquellos que no habitan en su piel y en la piel de los otros. Todos esos que buscan la catarsis liberadora a través de cualquier medio, todos esos que se evaden de la realidad porque no les gusta, o porque les duele, o simplemente por tendencia o liberación acabarán entendiendo que el infierno lo han creado ellos y que, antes o después, llevará su nombre escrito en el dintel.
Cuántos utilizan el cine, la literatura, la música o cualquier otro tipo de arte para liberarse de su presente, de su mediocre y cansino presente, sin entender el veneno que están tomando, sin pararse siquiera a pensar que lo único decente sería volver a caminar por esas trochas gastadas para llenarlas de esperanza. La vida está para vivirla, no para imaginarla. El que ama lo que vive encontrará lo que busca en la eclosión de su ser. El que sólo imagina, o el que compagina, sólo es capaz de lamerse a sí mismo, en un narcisismo autodestructivo que nada tiene que ver con lo que vive y todo con lo que muere. El que ama lo que vive construye, agradece la vida y la valora; el que ama lo que imagina destruye, porque en su mundo no hay cabida para nadie más, pues el otro es real.
Si nuestra libertad no nos lleva a amar al otro en una relación productiva, que hace que entrambos surja la llave de la esperanza y la esperanza de la fe, deberíamos hacérnosla mirar, porque lo mismo estamos llamando libertad a una frívola, estéril y vacía paja mental. Si nuestra libertad no nos alcanza la paz significa que es una mala barca navegando en la absurda y delirante espiral que conduce únicamente hacia nuestro ombligo. Puede que en el Mundo se creen muchas cruces, mucho sufrimiento, pero sólo una nos hace Dios, y ya la llevaron por nosotros, aunque nos pese.
Más nos valdría entenderlo y comenzar a andar la vida como el auténtico peregrino, reconociendo así que nunca fuimos unos exiliados, aceptando por fin el Amor de Dios, en lugar de escupirle a la cara nuestra filiación. Los hijos siempre deberíamos reconocer a nuestro padre, aunque la mayoría de las veces pueda causarnos miedo hacerlo. Pero es infinitamente mejor reconocer la realidad y aceptar la verdad que inventarnos una nosotros para intentar vivir tranquilos: esto nunca ha conducido a la felicidad ni a la Vida.