
Loco no es aquel que ha perdido la razón, sino aquel que lo ha perdido todo menos la razón. G.K. Chesterton, Ortodoxia
A menudo la Fantasía, ese arte subcreativo que le hace al mundo y a todo lo que en él hay sorprendentes trucos y combina nombres y redistribuye adjetivos, les ha parecido sospechosa, cuando no ilegítima. A algunos les ha resultado, como poco, una tontería infantil, algo que queda para la infancia de los pueblos o de las personas. Por lo que se refiere a su legitimidad me limitaré a citar un párrafo de una carta que una vez escribí a alguien que tildaba a los mitos y cuentos de hadas de “mentiras”. Para hacerle justicia añadiré que estuvo los suficientemente amable y lo bastante equivocado como para calificar la labor de escribir cuentos como “dorar mentiras”.
Muy señor mío –dije–. Aunque ahora exiliado, el hombre no se ha perdido ni cambiado del todo; quizá conozca la desgracia pero no ha sido destronado, y aún lleva los harapos de su señorío.
El Hombre, Subcreador, es la Luz refractada como una astilla sacada del Blanco único de mil colores que se combinan sin cesar en formas vivas que saltan de mente en mente.
Aunque poblamos el universo y todos sus rincones con elfos y trasgos y nos atrevimos a hacer dioses y sus moradas con la sombra y la luz, y aventamos semillas de dragones… era nuestro derecho (bien o mal usado). Ese derecho sigue en pie: aún seguimos la ley por la que fuimos hechos.
La Fantasía es una actividad connatural al hombre. Claro está que ni destruye ni ofende a la Razón. Y tampoco inhibe nuestra búsqueda ni empaña nuestra percepción de las verdades científicas. Al contrario. Cuanto más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la Fantasía. Si el hombre llegara a hallarse alguna vez en un estado tal que le impidiese o le privase de la voluntad de conocer o percibir la verdad (hechos o evidencias), la Fantasía languidecería hasta que la humanidad sanase. Si tal situación llegara a darse (cosa que en absoluto se puede considerar imposible), perecería la Fantasía y se trocaría en Enfermizo Engaño.
J.R.R. Tolkien
Cuentos desde el Reino Peligroso