Amar y ser amado

Lo que el ser humano necesita y anhela con más fuerza en esta vida es el amor. Por eso busca la fama, el dinero, el poder, o la atención: para que le quieran. Aunque sea por su fama, por sus bienes o por cansinismo. El ser humano necesita sentir que existe para alguien, que es alguien para los demás. El valor más importante para el hombre y el que se está perdiendo es el amor.

Pero el amor bien entendido. Cuando una palabra se utiliza en exceso se pierde su significado. Y eso sucede con el amor: ahora amor significa cualquier cosa. Con amor no me refiero al amor sentimental, o al amor erótico, que es como se suele entender. El amor no es un sentimiento, sino una decisión existencial, un compromiso vital, un acto de la voluntad, o como decía Erich Fromm: un arte. El amor es la decisión y la acción consciente, comprometida y desinteresada de buscar el bien por y para la persona amada. Amar es facilitarle la existencia y la vida a la persona amada, buscar su bien y su felicidad.

Todos estamos heridos en el amor. Como no entendemos bien el amor, no nos amamos bien. Muchas veces nos han amado de forma tóxica, posesiva, incompleta o interesada. Y también nosotros amamos como nos han amado. Padres que han estado ausentes, amigos que nos han fallado, personas que nos han herido, maltratos psicológicos conscientes o inconscientes que hemos sufrido por parte de todos… nos han creado una herida en el amor, y esa es la raíz más profunda de nuestra infelicidad. Por eso dudamos constantemente de nuestra dignidad y de nuestro su valor. Y por eso somos tóxicos en ocasiones con los demás. Esta herida es la que más duele y la que más nos destruye, porque estamos hechos para el amor: amar y ser amado. Esta es la raíz de todas nuestras dolencias e imperfecciones.

Solo podremos amar si antes hemos sido amados. Es por eso que es tan importante la familia, pues en ella surge, crece y se educa la vida humana. Solo en la familia nos aman con amor incondicional de manera natural —aunque haya de vez en cuando algún valiente fuera de ella que nos ame incondicionalmente de manera sobrenatural—. Pero necesitamos sanar nuestras heridas de la infancia para y que nos nublan el amor que recibimos y nos impiden ser felices. También para no trasladárselas a nuestros hijos, pareja, amigos, empleados, vecinos…

Solo podemos dar amor si antes lo hemos recibido. También por esta razón es vital que aprendamos a recibir, a dejarnos querer y a dejarnos abrazar. La mayor expresión del amor no es el sexo sino la caricia (Julián Marías): en el cariño y el abrazo se sanan todas las heridas del ser humano. Por último, es igualmente importante aprender a dejarse amar por la propia vida, por la realidad: aprender a ser contemplativos en medio del mundo para aprender a recibir, a ver lo bueno y lo positivo de cada situación, a admirar la belleza de cualquier lugar y de cada historia, a ver cada cosa buena como un regalo y a descubrir la grandeza de la gratitud: todos hemos sido amados porque todo nos ha sido dado.

Desde aquí, una vez nos hemos descubierto amados, la siguiente cuestión es aprender a amar. Empezando por nosotros mismos y continuando por los demás.

Solo en la capacidad de amar se desarrolla la grandeza de nuestra libertad, la dignidad de nuestra vida y nuestra felicidad. Y lo más importante, todo ser humano tiene dentro una fortaleza, una potencia, una capacidad de encontrar el amor pase lo que le pase. Siempre tuvimos la capacidad de recomenzar para resucitar de nuestras cenizas, porque todos hemos sido amados y por ello siempre podremos amarnos y amar. El amor tiene esas 3 fases: dejarnos amar, amarnos y amar.

A amar se aprende: debemos aprender a amar lo bueno y amar bien. Lo primero sería dejar de amar tanto las tonterías y vanidades que no son importantes, esos ídolos a los que nos aferramos y le damos un valor sobre-exagerado, lo cual lleva a todos los desequilibrios y desorientaciones existentes. Y no es necesario renunciar al resto de cosas buenas de la vida, sino darle prioridad a lo que de verdad importa: amar y dejarnos amar, nuestra vida y la de los demás.

Por otro lado, el buen amor podríamos resumirlo en una frase. «No te quiero por lo que tienes o por lo que me haces sentir, sino por lo que eres y por cómo eres, y eso me hace mejor persona». Lo importante no son las sensaciones, los placeres, los enamoramientos sentimentales, o que nos aplaudan o nos den la razón siempre. Lo importante es cómo somos. Y más aún, lo que somos: personas.

El mejor te quiero es decir: gracias por tu manera de ser, por tu ejemplo, por tu vida, por tu existencia, me alegro de haberte conocido, me haces querer ser mejor persona.

Para amar bien es necesario desarrollar una serie de virtudes: prudencia (un profundo conocimiento personal, del prójimo y de la vida, lo que requiere estudio y un amplio amor al conocimiento y a la verdad, desarrollando razón, imaginación, intuición, ciencia, conciencia, etc.); justicia (habilidad para relacionarnos de manera positiva, lo que requiere de empatía, comunicación, defensa del honor, respeto, lealtad, equidad, misericordia…); también la fortaleza (que es la capacidad de resistir hasta el final y levantarse con constancia después de cada caída; esta necesita de la resiliencia, perseverancia, valentía, heroísmo, paciencia, esperanza…); y, por último, templanza (que es la capacidad para relacionarnos con nosotros mismos y nuestras pasiones; requiere de madurez, dominio de sí, pasión unida a la disciplina, autenticidad, autoestima, sobriedad, moderación, pureza, calma, etc.).

Para desarrollar todas estas virtudes, lo primero es empezar por la prudencia y formarnos bien, en especial en materia de Humanidades: Antropología, Ética, Psicología, Historia, Arte, Filosofía, etc., y luchar por mejorar cada día. Porque para amar, para hacer el bien, necesitamos conocer la realidad, en especial, la humana. No se ama lo que no se conoce.Debemos aprender a conocer a los demás para amarles como cada uno necesita que le amen, no como a nosotros nos venga en gana: conocer las necesidades del prójimo, lo que le ayuda y lo que no. Y también conocernos a nosotros mismos para aceptarnos y amarnos tal y como somos, y para saber mejorar en nuestras virtudes y defectos. Como dice mi mentor, David Luengo: conoce, ama y sé feliz. Para aprender el arte de vivir debemos primero formarnos y así poder amar.

Amemos lo que de verdad importa: a las personas. Empezando por amarnos a nosotros mismos. Pues no podremos amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos.  En segundo lugar, continuemos amando a nuestra familia, empezando por nuestro esposo/a, continuando por nuestros hijos y padres. En tercer lugar, amemos a nuestros hermanos, pero no solo a los de sangre, también a esos otros hermanos que se han colado en nuestra familia a base de cariño y del saber estar en lo bueno y en lo malo y que se han ganado un amor profundamente fraternal: los amigos. Seguido de ello, amemos sencillamente al prójimo más cercano: aquellos que la vida nos pone delante cada día con distintos deseos y necesidades: vecinos, compañeros trabajo o clientes, el camarero que nos atiende en el bar o el pobre que vemos por la calle. Amemos también nuestro pueblo, nuestra tierra, nuestra patria, pues nos ha criado y criará a nuestros hijos. Por último, amemos a la humanidad: empeñémonos en aportar algo al mundo y en dejarlo un poquito mejor tras nuestro paso por la vida.

Siempre hago la misma pregunta a quienes están decidiendo su futuro: ¿qué quieres que digan de ti en tu entierro? Persigue tus valores y conviértete en la persona que admirarías ser.

Esta es la felicidad verdadera. Y los frutos de este amor y de esta felicidad son 3: la alegría, la paz y la bondad. La alegría de vivir enamorados y de saber que la vida es bella, la paz de saber que todo lo que nos sucede tiene un sentido y que de todo podemos sacar un bien, y la bondad que crea en nosotros la felicidad. La felicidad nos hace buenos, nos hace querer devolver el bien que la vida nos ha dado.

Continuará…

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y Coach del Centro IPæ

www.centroipae.com

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