
A mi tío David por haberme enseñado a abrir la mente, y a mi amiga Laura Calleja por la profundidad de nuestras conversaciones
El hombre no es eterno, cuando nace sabrá que en algún momento morirá, y cada hombre es un cosmos en sí mismo en cuanto a lo que a su manera de pensar y el conocimiento que posee se refiere. La escritura, artífice del ser humano, ha permitido desde hace milenios preservar esa valiosísima fuente de información, y esta ha conformado innumerables volúmenes que han llenado las palaciegas bibliotecas. Esto ha permitido acceder al recuerdo conservado de los grandes hombres de antaño con el fin de prosperar. Es la labor que cumplen aquellos que preservan las ideas escritas y las estudian, así como las bibliotecas que las almacenan, digna de los honores más célebres por conservarlas durante la vida pasajera de las generaciones, porque recorrer los pasillos de una biblioteca y, sobre todo, leer sus libros es dar un estimulante paseo por la historia.
La felicidad es un estado emocional del hombre, no una posesión ni ningún bien abstracto que se busque con ansias debajo de las piedras, sino que se encuentra en las profundidades del espíritu del hombre. Este es racional, pues siente la necesidad radical de saber y comprender, por lo que necesitará cuestionarse y preguntarse previamente el porqué, ya que es capaz de pensar y reflexionar. En base a ello, tratará de aprender para conocer o, más concretamente, acercarse lo máximo posible a la verdad y llenar esa ausencia a la que llama ignorancia. Porque como decía Nino Bravo en su canción: “Camino sin cesar detrás de la verdad, y sabré lo que es al fin la libertad”. La libertad es conocimiento, por lo que, si el hombre conoce, poseerá libertad para elegir y tomar decisiones. Ese conocimiento también ayudará al hombre a saber qué es aquello que ama, y si lo sabe y tiene libertad, lo escogerá.
No se puede comprender el ahora sin la historia, la cual se encuentra escrita, al igual que muchas otras ciencias y la filosofía. Los habitantes de una nación que no conocen su propia historia están condenados a cometer los mismos errores. ¿De qué sirve encabezar la élite de naciones mundiales cuando no se sabe a quién se ha de agradecer, cómo ha sido ese proceso y de qué errores hay que aprender? Adolf Hitler llevó a cabo la operación Barbarroja con el mismo éxito que Napoleón Bonaparte. El 21 de junio de 1941 tres millones de soldados y tres mil cuatrocientos tanques alemanes se internaron en la Unión Soviética, pero la invasión fue fallida gracias al general invierno, un viejo enemigo del emperador Bonaparte. Hitler debió prestar más atención a la derrota de la Grande Armée en septiembre de 1812. Una decisión puede cambiar drásticamente el curso de una nación, por lo que debe ser meditada con criterio y conocimiento.
Gracias a aquellos que se dedican a conservar esa información y a ampliarla, el saber puede prosperar. Podemos encontrarla en libros con diversidad de autores y de épocas lejanas, en la Metafísica de Aristóteles, la Historia de la decadencia y ruina del imperio romano de Gibbon, The lectures on physics de Feynman o Kosmos de Humboldt, entre numerosas obras de estudio, que por su extensión, cantidad, calidad de información y antigüedad considero como tesoros más valiosos que cualquier joya. Pocas tragedias puedo comparar con la desaparición injusta de información; nunca lamentaremos lo suficiente la parálisis del avance de la humanidad por la quema de la Biblioteca Alejandrina, o las obras de Eratóstenes.
Bastante conocimiento se ha perdido ya, por lo que es nuestro deber conservarlo como oro en paño como sus autores hubieron deseado para deleitar al mundo con su visión y compartirlo para que su estudio quede al alcance de todos de la manera más práctica posible. Isaac Asimov mencionó en los años ochenta del siglo XX el acercamiento de una red conectada a bibliotecas enteras al alcance de toda la población para aprender de forma libre y no impuesta, como se entiende el sistema educativo. Internet, siendo un bien cibernético al que la gran mayoría de personas puede acceder, contiene una infinidad de datos de utilidad en información de actualidad, ciencia, artes, además de las comunicaciones que facilita. Es la herramienta perfecta para disponer de muchas fuentes que traten de temas variados con información ampliada sin necesidad de disponer de un libro por cada fuente.
Por desgracia, las convicciones del hombre moderno por saber se van mitigando cuando el consumismo embota la mente de una sociedad sustituyendo el deseo de aprender por actos insultantes a la cultura que pretenden internarse en ella (sin haber conocido, si cabe, la suya), ya sea para ser aceptado como un borrego más o por simple abuso de placer y carente de intención didáctica. Prefiero ser un capitán Nemo que reniega de la generación que está imponiendo su cultura y con el conocimiento en su poder, a convertirme en esclavo de mis acérrimos enemigos: los estereotipos. Es triste que, tras un enclaustramiento por una pandemia mundial, la gente no recurra a los templos del saber, que son las bibliotecas, para refrescar sus mentes con libros tangibles tras meses de no tener acceso a otra fuente más que a una a través de una pantalla, que es internet, a la cual no hacen justicia, aun con una inmensidad de información comprimida, pues la emplean para deleitarse con las sandeces de “ídolos” que aportan poco o nada y reciben más audiencia que un documental. Eso ha sido suplantado por las ñoñerías de los que corren, no a por un libro, sino para volver al punto de partida cada mañana para ejercitar las piernas que les hacen llegar de un lugar a otro, y no la mente, que les hace llegar más allá en el tiempo y el espacio. Durante la epidemia de la peste en la Inglaterra del siglo XVII, Isaac Newton inventó el cálculo diferencial que se aplica en integrales; mientras que, en la pandemia de los años 20 del siglo XXI, el ciudadano español medio se dedica a hacer pan y a filmarse a sí mismo en su cubículo relatando sus cadaunadas sabiendo que, y esto es lo más aterrador, hay gente al otro lado de la pantalla prestándole atención. Cuánto me gustaría que la gente se mirase en un espejo y escudriñase en lo profundo de su alma.
Y por la ignorancia, la falta de interés y la dejadez, me es sobrecogedor pensar en la ingente cantidad de mentiras que han surgido y surgirán desde comienzos de esta calamidad histórica por la manipulación caprichosa de los medios de comunicación, los líderes y la negligencia de la población. Este es uno de los múltiples efectos nocivos de un problema estructural que parte de la ínfima dedicación de los líderes a la ciencia y la educación en un sistema que cierra las mentes, algo comparable a una involución en la cual el que cuestiona se encuentra difícilmente en los cánones de “persona”. La generación gobernante en la actualidad trata de solucionar problemas de manera inútil y precaria, despreocupándose de las graves consecuencias a largo plazo que sufrirán las generaciones más jóvenes que con dificultad podrán asumir cuando sean las imperantes, porque se desentienden de este asunto por mucho que lo nieguen.
Un gran temor para mí es que llegue un momento en algún lugar en que los libros supongan un asunto sin interés y un mero recuerdo de un pasado del que poco se recuerda y estudia. La novela distópica Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, es la caricatura más digna a esta situación tan poco lejana. Leer acerca de la ilegalización de los libros y su incineración supone para mí un remordimiento rencoroso que siempre sentiré por esa novela, a pesar de que es uno de los referentes de la ciencia-ficción del siglo XX. Nos encontramos con una sociedad completamente vacía de mente, a la cual hace tiempo que se le privó de la posesión de los libros y que en el tiempo en que se desarrolla la novela se aprecia como normal y contribuyente al bienestar, gracias a una autoridad de la que poco se hace referencia. Tan ignorante es la sociedad que, hay aspectos que reflejan fielmente la irrelevancia y el estorbo que supone la telebasura y la morralla presente en la rutina, como escoger a un presidente por el atractivo físico, pues no tienen ni de dónde informarse, ni la capacidad de elaborar una opinión propia, puesto que no conocen ni su propia historia. En esta ficción, los bomberos son los encargados de proteger a los civiles de los libros incinerándolos; aunque quede vagamente vigente la imagen de bomberos apagando incendios en una época remota. Pero una pregunta formulada al protagonista, encargado de esta sacrílega tarea, es la que torna el sentido de la historia: “¿Es usted feliz?”
El conocimiento es necesario, contribuyamos pues a preservarlo y ampliarlo conforme se suceden las generaciones por el hecho de no olvidar nuestros pasos y por el placer que produce conocer cada vez más el cosmos. Por lo que, no lo desestimemos ni lo dejemos en el olvido a nuestra suerte azarosa, pues el conocimiento es libertad, y esta es poder.