
Si te empeñas, puedes alegar que todo hombre es libre para creerse huevo pasado por agua. Pero es de todo punto indiscutible que, si es huevo pasado por agua, no tendrá la libertad de comer o beber, dormir, andar o fumar un cigarrillo. Puedes igualmente afirmar que todo especulador materialista –todos esos liberales, capitalistas, ansiosos de sangre amarilla– es libre para negar audazmente la realidad de la volición humana; pero entonces es de todo punto indiscutible que pierde la libertad de orar, maldecir, agradecer, justificar, exigir, castigar, resistir las tentaciones, promover tumultos, hacerse propósitos de Año Nuevo, perdonar a los pecadores, acusar a los tiranos y hasta dar las gracias cuando, a la mesa, le pasen el tarro de mostaza.
Chesterton.
Si metes una rana en agua hirviendo saltará y se escapará de allí como alma que lleva el diablo, pero si la metes en agua fría y la calientas poco a poco acabará hirviendo, muriendo lentamente, como si fuera lo más natural del mundo. Este dicho, que aparece de vez en cuando en un libro, en una película o en una conversación es absolutamente verídico en el caso de hombres y sociedades capitalistas, consumistas y mentirosas como en la que nos encontramos.
Con una increíble pero cierta manipulación intelectual y afectiva, nos han ido corroyendo nuestro ánimo, corrompiendo nuestros principios y enajenándonos de nosotros mismos. Pero en lugar de calentarnos nos van enfriando lentamente, ni la payasada del calentamiento global algoreniana consigue sacarnos de nuestro letargo enanil. Cuando alguien le preguntó a Dionisio I de Siracusa –que se coronó a sí mismo como stratêgos autokratôr– cómo había logrado que sus súbditos le obedecieran sin chistar y que las cosas fueran tan bien en sus tierras él le confesó que había conseguido la democracia perfecta, ante lo cual al interlocutor casi le da un patatús, pues Dionisio era considerado un tirano, y no de los pequeños. Él, viendo la incredulidad en sus ojos, se lo llevó a un campo de trigo y le dijo: ¿ves las espigas que sobresalen del resto? –y con su espada las cortó, igualándolo todo–, ahora está bien. Así se hace con la sociedad, primero has de cargarte a las cabezas que sobresalgan, al cabo de un tiempo, los demás impedirán a los pocos que quieran sobresalir que lo hagan…, y pasado más tiempo incluso el que vaya a sobresalir agachará la cabeza: es entonces cuando habrás alcanzado la democracia, la igualdad perfecta. Qué poderoso aliado es el miedo.
Salvando las distancias y las alteraciones literarias, la esencia sigue siendo la misma. Hoy en día nos están intentando igualar por el mismo rasero a todos, quitándonos los lugares donde siempre fuimos libres, donde supimos aprender qué es la libertad. Hoy en día nos están enfriando a todos a fuerza de aumentar nuestros vicios o nuestras angustias. Hoy en día intentan apretarnos el corazón y estrujarlo para que ya no sienta nada. Nos cuentan dos mil historias para que cambiemos chocolate por mierda, para que intentemos autoconvencernos de que lo mejor que podemos hacer es vender nuestra belleza, nuestra grandeza y nuestra libertad y cambiarlas por sus desdichas, sus enaneces y sus paranoias. Piensan que estaríamos mejor gastando en un centro comercial que disfrutando con nuestra familia. Sugieren que hemos de seguir su falta de principios y convertirnos en delatores de nuestros hermanos, amigos y padres. Y en su ansia por seguir mandando y ganando dinero a costa nuestra intentan impedirnos pensar haciendo revolotear a nuestro alrededor infinidad de fuegos fatuos. Esos que brillan un momento y después te dejan más frío que antes.
En estas tierras desde las que escribimos se vuelven a repetir las estratagemas de políticos, economistas y publicistas que se han venido haciendo en lugares tan honorables como Siracura con Dionisio, México con los aztecas, el norte de África con los cartagineses, Alemania con Hitler o cualquiera que habite o haya habitado este mundo y actúe como si los demás fuéramos objetos, peldaños con los que alcanzar el jodido monte Olimpo. No obstante, aún hoy quedan reductos en esta herida tierra donde se agradece y se cuida, donde se alimenta y se forma, donde se respetan las cosas y la libertad de cada hombre, donde un ser humano aún vale toda la sangre de Dios. Como reza un proverbio africano, la tierra no la heredamos de nuestros padres, la tomamos prestada de nuestros hijos. ¿A quien acusaremos cuando triunfe el amor?