
No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad.
San Agustín de Hipona
Así cuenta la historia del rey Salomón en sus Crónicas:
Aquella noche se apareció Dios a Salomón y le dijo el rey a Dios: «Dame, pues, ahora sabiduría e inteligencia, para que sepa conducirme ante este pueblo tuyo tan grande». Respondió Dios a Salomón: «Ya que piensas esto en tu corazón, y no has pedido riquezas ni bienes ni gloria ni la muerte de tus enemigos; ni tampoco has pedido larga vida, sino que has pedido para ti sabiduría e inteligencia para saber juzgar a mi pueblo, del cual te he hecho rey, por eso te son dadas la sabiduría y el entendimiento, y además te daré riqueza, bienes y gloria como no las tuvieron los reyes que fueron antes de ti, ni las tendrá ninguno de los que vengan después de ti».
Así bien, son muchos los ídolos de este mundo, afanes en los que el hombre pone su seguridad. El hombre, de naturaleza hogareña, busca donde instalarse para empezar a edificar, un cimiento fuerte sobre el cual construir su vida sin que se derrumbe: unos buenos estudios, una familia, el apoyo en la ciencia y la tecnología, cultivar buenas amistades, la fama, un buen negocio, el dinero, el cuidado de la salud… Y de entre todos, es el dinero el ídolo más potente en este mundo, y más sobre esta era gris capitalista. Pero, ante todos, el hombre descubre una disyuntiva: nada de esto le da una verdadera seguridad.
Ni siquiera la sabiduría que, por elegirla, Dios concede a Salomón de la mano de todo lo demás: riquezas, gloria y poder. Ni aun así, ni con todo el poder, fama y saber, ni superando al mismísimo Salomón, tendríamos seguridad: tener los mejores estudios y conocimientos no garantiza que uno vaya a ser feliz; de la familia no se puede vivir eternamente ―salvo esos que siguen la filosofía de vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos―; el negocio y el dinero son una seguridad precaria y adictiva que siempre piden más; en la salud, lo seguro es perderla; la fama está absolutamente condicionada; y las amistades… si son extraordinariamente buenas, estarán ahí siempre; pero nada de esto es suficiente.
Reflexionando un poco, nos damos cuenta de que la situación existencial del hombre es absolutamente insegura; siempre llegamos a la misma conclusión materialista: todos nos morimos. Todas estas cosas nos dan algo, un apoyo, aunque no el que el hombre necesita: algo profundo, una respuesta radical que, alimentada, pueda generar todos nuestros principios y proyectarlos hacia un propósito realmente esperanzador.
El hombre necesita integrar toda su realidad en un sentido existencial; de lo contrario, quedaría destinado solo a dar palos de ciego, a la frivolidad, al cansancio y al aburrimiento de una constante estimulación freudiana fálica o metódico-pavloviana; y cuando se pregunta sobre todas estas cosas se da cuenta de que, o Dios existe y la esencia de Este es un enorme si a toda vida, o está perdido.
Dios es la respuesta del hombre, es el por qué más profundo, su origen y su fin: o Dios existe, o nada tiene sentido y nada es seguro, salvo la muerte; y ay de aquel a quien el dedo de Dios aplaste contra la pared, como decía Sartre a modo de ironía de ese “dios” que, para él, solo es azar, y un azar que juega sin avisar.
Sin Dios, el cielo se cierra bajo un techo de cemento: todo queda limitado al mecanismo de lo físico. Sin Dios, nada es seguro: nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti, clamaba san Agustín de Hipona a Dios. Mas la existencia de Dios susurra a través de toda la creación un te quiero, un saber que hemos sido pensados y amados desde antes de nuestro nacimiento: y es que amar, en resumen, es un sí a la existencia. Y abre paso a una verdad, un bien, el sentido de una vocación individual, la esperanza de una vida después de la muerte…
Así, en una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada (S. Juan de la Cruz); en la hora más callada de la noche, a todo hombre le llega aquel momento en que se encuentra a solas con Dios para una de dos: aceptación o negación. En esa noche oscura vive o muere. Si escucha, vivirá para siempre y emprenderá a edificar su casa en el mayor cimiento, comenzará la fe y nada lo podrá parar.