La sociedad se desangra, España lleva siglos amputándose a sí misma, las familias están profundamente heridas, muchas empresas son corruptas, nuestro propio dinero nos tiraniza, los psicólogos nos vuelven locos, el futuro es más viejo que nunca (no es una forma de hablar: viejos será lo único que haya), políticos… penosos; no quedan fuerzas para vivir ―ni si quiera muchos acaban de nacer―, el trabajo, agua donde nadamos, se vuelve un pantano, la educación es adiestramiento y doctrina de engaños; los poderosos niegan nuestra inteligencia, el pasado nos lo presentan nefasto, el futuro como desgarrador, y así, trascender se vuelve insoportable: esclavizados al presente, a la estupidez y a la recompensa fácil y a lo puramente sentimental. Todo va perdiendo el sentido y, en el mejor de los casos, nos empalaga el tedio de un profundo aburrimiento; en el peor, tocando la herida, encontramos el mayor dolor humanamente sufrible: la angustia. Cayendo en palabras desesperadas… el miedo atenaza.
JC Beato
Ante un panorama que aparece tan desolador a los corazones de las nuevas generaciones y tan amargo al de las antiguas, queremos lanzar un mensaje en la botella de Los Ritmos, para que surque estos mares que atardecen tan embravecidos y, en lo profundo, ni lo son tanto ni lo son cuánto: el bien siempre será mucho mayor que el mal porque la presencia siempre llena las ausencias, la luz elimina la oscuridad y una sonrisa desbarata a todos los hombres grises que existan.
Quizá el problema esté en que muchas veces se pierde la perspectiva, porque el hombre curiosamente deja de entender que son los pequeños actos de amor los que mantienen el mal a raya. El hombre vive en lo pequeño, en el detalle cotidiano, en lo sencillo, en esa ventana –su propio ser– a través de la que surge y mira a la realidad. El problema viene cuando comenzamos a complicar las cosas, cuando empezamos a creer que somos capaces de controlar nuestra vida, cuando pensamos que vamos a llegar a entenderlo todo y eliminamos de nuestra existencia la fina línea del misterio. El problema surge cuando pensamos que lo sublime es el universo y no la caricia.
Uno de los grandes males que más atenaza nuestra podrida sociedad capitalista es la impaciencia. Ahora resulta, o así parece, que los únicos que gozan de una paciencia absoluta son todos esos degenerados que saben esperar lo que haga falta para destrozar lo que quieren o a quien quieran. Pero sólo lo parece. La paciencia, la tranquilidad y la paz sólo se logran cuando nos imponemos el deber de disfrutar cada momento, no de una manera histérica y alienante, sino conservadora y futuriza, sabiendo cuáles son nuestras raíces para abrazar con plenitud nuestros pasos cotidianos y así poder construir nuestro mañana, siempre en libertad.
Puede que el ser humano sea una mota de polvo en un universo ilimitado, pero su capacidad de vivir desde dentro y de crear historia hace de él el único ser que realmente merece la pena abrazar. Sólo el hombre puede sonreír y sólo él puede transformar la vida en algo tan grande que podamos llegar a decir que la libertad valió la pena. Y todo comienza desde el primer instante en que juntamos las manos, miramos dentro y pedimos perdón.