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Prólogo

La amistad es un alma que habita en dos cuerpos,
un corazón que habita en dos almas.
Aristóteles.

En un rincón de Castilla, donde la vida pasa entre riscos y secarrales, donde la tierra pide un alto precio por darte sus frutos, donde los surcos de la piel llevan el estigma de sangre, dolor y lágrimas, donde tantos nos hemos dejado los sueños de los pies entre los jirones de la piel y las ilusiones de los labios…, descubrí la existencia de vergeles, lugares llenos de magia que, sin evitar el sacrificio o la entrega, el trabajo o el deber, conseguían hacerte volar, te daban la fuerza necesaria para resurgir de cada caída con la energía de un abrazo: al fin y al cabo, nada expresa, físicamente, más el amor que la caricia.

Poco tardé en aceptar que esos vergeles, esos paraísos llenos de gloria, tenían nombres propios: eran –y siempre serían– personas. Lo bueno, lo grande, lo misterioso y lo profundamente enriquecedor es que, cuando afirmas sin miedo la persona que está frente a ti, cuando aceptas no sólo observar sino vivir como si de un dentrometido se tratara la persona que está frente a ti, cuando abrazas de veras surge, entreambos, la relación: esa relación que es amor y se llama amistad.

En la vida, me han faltado muchas cosas, bien por otros bien por mí; incluso he despreciado algunas de la misma forma –bien por otros bien por mí–; y, además, he perdido ciento de ellas en el camino –bien por tonto bien por chulo–; pero hay una que jamás me ha faltado, desde mi primer recuerdo –allá por el primer año de vida– me ha ido acompañando y conformando mi historia: la amistad, principalmente la amistad entre hombre y mujer, que es, a falta de otras palabras, la que más nos perfecciona, la que más nos personaliza, la que más nos identifica: aquella que hace que seamos lo que hemos de ser.

Entre Ávila y Madrid, entre Piedrahíta y Robledo de Chavela, anduvieron en mi infancia las claves de la felicidad: esas que te ayudan a batallar esperanzado sabiendo que al final todo ocupará su lugar. Cuando las personas son preciosas consiguen que nazca en ti la ilusión del peregrino, y, si además sois amigos, jamás volverás a ser un exiliado en una herida tierra que destroza a los hombres día tras día.

La amistad es un don, es un regalo, es un tesoro, que consigue hermanarte de tal forma, fundirte con tal intensidad, que bien podemos afirmar, con Aristóteles, que la amistad es un alma que habita en dos cuerpos. Más que hermanos de sangre, más que hermanos en el espíritu: la amistad hermana personas, nada hay más poderoso que dos personas unidas conversando –cuando hablas con alguien, si realmente existe conversación, exige pensar en él amándole (Cfr. P.A.U.).

La amistad sólo se da entre personas, es su sello distintivo, su carácter: es profundamente personal. Por eso, la que más nos perfecciona es la que se da entre varón y mujer, sólo el uno en el otro nos reconocemos como tales. La amistad exige, por eso, que seamos seres sexuados, que no sexuales –de hecho, la amistad no es sexual, lo sexual la ahoga, la secuestra al reino de lo posesivo, de la esclavitud–, encarnación real de las relaciones intra espirituales –por no decir trinitarias.

La amistad siempre es libre, y siempre te hace más libre, porque la elección que hemos de tomar para vivirla, mantenerla y potenciarla es la elección más pura, más amante, más desinteresada, más inmensa: los amigos son aquellos que se hacen el bien.

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