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Cinco años

Este triángulo de verdades evidentes –de padre, madre y niño– no puede ser destruido; pero puede destruir las civilizaciones que lo desprecian. G.K. Chesterton, La superstición del divorcio, 1920.

El doce del doce del dos mil diez y siete esta Casa cumplió cinco años, y lo dejamos correr. Aunque es la mitad de una década, aún estábamos en barbecho. Hacía mil ochocientos veinticinco días apostamos por un nuevo periodismo o, por mejor decir, por una vuelta a las raíces del periodismo de opinión y ensayo, de investigación humanística y de gusto literario…, y seguimos en ello.

En una época convulsa, profundamente mediocre y absolutamente utilitarista este diario digital decidió tomar medidas extraordinarias, y de ello hemos hecho la norma. No la norma según la medida de los que se consideran normales, que son excesivamente mundanos, sino aquella que marca el horizonte de todo descubrimiento y la defensa de la vida del ser humano.

Muchas personas se dedican a sobrevivir, poniendo nombres modélicos a excusas y justificaciones tremendamente razonadas: responsabilidad, diversidad, originalidad, arte, ciudadanía, política, liberalismo, tolerancia, solidaridad, naturaleza, clima… Con todas estas palabras –justificadísimas y divinísmas–, al rascar un poco en los conceptos y en las realidades, lo único que queda en entredicho, o directamente anulado, es el ser humano: primero el hombre, después la mujer y, por fin, la familia. En un universo donde Dios no existe, pues han convertido en divino todo…, en este panteísmo en el que habitamos el primer perjudicado es el ser humano: primero te cargas al padre, después vas contra el hijo.

Todo comenzó hace mucho tiempo, inoculando el veneno del miedo en el corazón del hombre, privándole de su esperanza, para corromper todo lo que significa Amor. Cuando los hombres no distinguen entre el mal y el bien, cuando la verdad deja de ser inspiración y pasa a ser simplemente ciencia, cuando la belleza depende de la excitación que produzca o del orgasmo que genere, cuando, en fin, la sociedad deja de surgir de la familia y pasa a ser controlado por lobbies de cualquier tipo ha llegado la hora de convertirnos en revolucionarios.

Dicen que a este mundo no le queda mucho, y si hablamos del hombre menos aún. Lo cierto es que, posiblemente, no tengan ni idea de nada, porque el mundo siempre ha terminado cuando un hombre ha cerrado los ojos para siempre. Y es en ese momento cuando todos cuentan con Dios. En el momento de mayor oscuridad es cuando se descubre la luz.

Iniciamos nuestros siguientes cinco años de aventura y rebelión, vamos a ver si los culminamos antes de que todo termine, o si los culminamos una vez todo haya terminado ya. Lo bueno de ser un diario que surge encaminado al despertar social en lo que a la imagen grandiosa del hombre se refiere, es que también podemos narrar desde la otra orilla. Ahora que esos nuevos cinco años también han pasado quizá sea la hora de comenzar a narrar desde la otra orilla.

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