
Hace unos días, dentro de la investigación social que llevamos a cabo en este diario, escuché la frase siguiente -en la boca de un presbítero-: “… a las parroquias les queda muy poco tiempo de vida, y los sacerdotes lo sabemos”. Indudablemente no soy profeta ni hijo de profeta, ni tengo un palantir en mi poder; por lo tanto, no sé el tiempo de vida que le queda a la Parroquia en la Iglesia, y mucho menos conozco lo que los sacerdotes saben; sin embargo, y mal que les pese, Iglesia viene de la palabra griega Ekklesía, que significa la asamblea del pueblo, la comunidad, la común unión de todos los que aceptan a Cristo como camino, verdad y vida, y eso es la parroquia: sin eso no hay Iglesia, o no la Católica, la de Cristo. Como también es cierto que la primera parroquia es la familia, o debería serlo.
Quizá hablar de esto hoy en día resulte baladí, o pueda parecerlo, primero porque el mundo anda bastante alejado de Dios -que no al revés-, segundo porque son los Estados, los colegios, las sectas…, quienes se han metido en las funciones propias de las parroquias, para intentar llevar el laicado a sus terruños y transformarlo en laicismo. De tal forma que la doctrina se ha sustituido por opiniones e ilusiones, y la liturgia por sentimentalismos oropelarios y vacíos de sentido.
Por eso, y para traer aire fresco a este dormido mundo que ha olvidado cuáles son sus raíces, estos Ritmos, haciendo suya la tradición de la Epifanía, os recomiendan la lectura del libro “San Martín de Tours”, de la magnífica escritora e historiadora francesa Regine Pernuod. Para ello, os trasladamos el prólogo de la misma.
San Martín de Tours
En un momento en que los Padres del desierto, principalmente en Oriente, seguían buscando la gran lucha, la de la confrontación directa con el demonio, Martín, con toda sencillez, sirve a un esclavo y le limpia los zapatos. La anécdota roza lo ridículo, y él lo sabe; lo que ignora es que está abriendo inmensas perspectivas en la vida cotidiana. Su ejemplo es muy importante, sobre todo porque responde a las necesidades de nuestro tiempo.
Más de cuatrocientos municipios y unas cuatro mil parroquias de Francia llevan el nombre de san Martín. A él se le dedican iglesias en el mundo entero. Recordemos, además, que el término «capilla» proviene de la pequeña iglesia en la que se honraba su «capa».
Es el momento del desmoronamiento del Imperio Romano. La Iglesia va a tomar a su cargo la reconstrucción de Occidente. Y, en esta tarea, Martín ocupa un lugar prominente, aceptando, contra su voluntad, el obispado de Tours, fundando en Marmoutier la primera abadía de Europa, evangelizando las zonas rurales y creando, en todos los múltiples lugares a los que fue, una vida comunitaria, a la que llamamos la parroquia.
En las nuevas circunstancias históricas, Martín fue, y ésta es la gran lección del libro, un inventor, un innovador, profundamente impregnado del espíritu de su tiempo y del Evangelio.
Prólogo
El 11 de noviembre de 1918 es una fecha señalada para la humanidad. Marca el fin de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, antes de que Francia se llamara Francia, dicha fecha figuraba ya en el calendario cristiano. Se conmemoraba en Tours la memoria de la inhumación de san Martín.
Si hacemos un recorrido histórico de su vida, encontraremos en Martín a un hombre sorprendente, a veces paradójico. Su fecunda labor superó cuanto él hubiera podido esperar. Martín, a pesar de querer ser ermitaño, huir del mundo y practicar la ascesis, estuvo constantemente rodeado de gente, tanto durante su vida como después de su muerte. Su popularidad fue extraordinaria, a pesar suyo, pues anhelaba pasar desapercibido. Después de las tres grandes peregrinaciones de la cristiandad -Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela- ha cobrado gran importancia la de San Martín de Tours. Rechazó el sacerdocio al no sentirse digno de ello. Sin embargo, llegó a ser obispo. Por más que intentara rehuir el mundo y buscar la soledad, su biografía comenzó a redactarse mientras aún vivía.
Gracias a quienes vieron lo extraordinario en Martín, en este hombre de pocas palabras, sin atractivo alguno y pobre, conocemos esta biografía. La narración recorre todo el siglo IV, marcado por fuertes discusiones en la Iglesia, las cuales hacían temer que ésta se hundiera…
De pocos personajes del siglo IV se ha escrito su biografía, y menos aún estando ellos todavía vivos. Gracias a su amigo Sulpicio Severo, amigo de Martín que murió más tarde, poseemos un extraordinario documento contemporáneo sobre aquel que, a lo largo de toda su vida, deseó vivir olvidado entre sus semejantes.
Regine Pernoud.
San Martín de Tours.
Ediciones Encuentro.