
Fase 3: adentrándonos en la persona
Hemos llegado a la tercera fase. En ella se analiza a la persona. No mediante un psicoanálisis, como se suele pensar, sino a través de un análisis antropológico, es decir, un análisis holístico, completo e integral. Empezamos por la conducta: ¿Qué haces tú? ¿Cómo te comportas ante este problema o esta situación? Seguido de ello, nos preguntamos por las causas ¿Por qué reaccionas así? Luego, continuamos por lo cognitivo: ¿Qué piensas de todo esto? ¿Qué opinas? ¿Qué se te viene a la cabeza? Respecto a esto, hay un principio humano que dice somos lo que pensamos, y no se equivoca, pues nuestros pensamientos y creencias determinan en gran parte nuestra personalidad y nuestro comportamiento (aunque no todo).
Por otro lado, también en relación a nuestro pensamiento, aunque entrando en temas más profundos, debemos escudriñar un poco la memoria revisando la historia personal: ¿Lo asocias a algún recuerdo? ¿A qué te recuerda esta situación o este sentimiento que tienes? Quizás esto dé respuesta a nuestros sentimientos, pensamientos y reacciones; pues somos una historia, que debe ser narrada y entendida en su conjunto. Por ello, este es el momento de distanciarnos del presente, hacer memoria, revisar nuestra biografía, completarla y entendernos con la perspectiva que este ejercicio nos aporta. Aquí aparecerán culpas y recuerdos amargos pero también alegrías y recuerdos de paz de donde sacaremos fuerzas. Por otro lado, también los profesionales debemos contar con el historial clínico de la persona que resuma los puntos clave de su salud, los antecedentes familiares y los demás problemas que hayan tenido.
Dentro de nuestra historia, además de mirar atrás es necesario mirar hacia adelante: contemplar nuestro futuro. ¿Cómo te ves en el futuro? ¿Qué crees que te deparará la vida? Estas son preguntas difíciles cuando tenemos enquistado el pesimismo, pero interesantes puesto que iluminaran nuestros miedos y temores (más o menos racionales) y además abrirán la puerta a poder despertar y reavivar nuestros sueños e ilusiones.
Pero hay algo más interesante aún que nuestros actos, nuestros pensamientos e incluso que nuestra memoria. Llegamos aquí a lo más profundo de nosotros, aquello que da sentido a nuestra vida y la transforma: nuestros deseos personales. ¿Qué es lo que realmente deseas? ¿Qué es lo que quieres? Decía san Agustín, si quieres conocer a una persona no le preguntes lo que piensa sino lo que ama. El amor es la raíz de la persona. Sobre todo somos lo que amamos. Es el amor lo que más determina nuestra actitud. Yo diría si quieres conocer el sufrimiento de una persona no le preguntes ¿qué le duele? sino ¿qué ha dejado de amar? Por eso, añadamos una pregunta crucial a nuestro guion: ¿Qué has dejado de amar? Y también a la inversa: ¿Qué amor has perdido? Pues el amor tanto se recibe como se da. Y la felicidad se pierde tanto cuando se deja de recibir como cuando se deja de dar.
Si perdemos nuestros deseos (nuestro amor) habremos perdido lo más importante que pudiera quedarnos, y con ello perderíamos de la mano las fuerzas y la esperanza. Por todo esto, es esencial conocer nuestros deseos, para así poder reflexionar sobre nuestra energía, nuestras fuerzas y nuestra actitud, que es lo que verdaderamente determina nuestro comportamiento. Por tanto, para entendernos la pregunta no es por qué somos como somos sino el para qué. ¿Qué buscas?, ¿para qué haces lo que haces?, ¿cuál es el sentido de tus actos? De hecho, a la luz de nuestra biografía podríamos hacernos estas preguntas de una forma más amplia y existencial: ¿Para qué vives? ¿Cuál es el sentido de tu vida? Es el clásico y metafórico del existencialismo: ¿de dónde vienes? y ¿a dónde vas?
Para terminar, y como introducción a la siguiente etapa, necesitaremos poner en duda lo más profundo de nuestros cimientos: ¿Eres feliz? Y seguido, iniciar la búsqueda: ¿Qué es lo que te hace feliz? ¿Estás en el camino correcto?