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La manera de contentar a la gente no es hacerles estériles sino creativos. Chesterton.

Lo que le está pasando a nuestra Casa (II)

“La verdadera sabiduría es el producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas” (Cfr. Laudato Si)

Muchos hay que se quejan de la posible desaparición de especies actuales, o de la clara desaparición de especies pasadas… Más o menos es como llorar desconsoladamente por el ya desaparecido homínido neanthertalensis. Hemos llegado, por desgracia, a rizar el rizo de tal forma que los argumentos utilizados, además de falsos, son histriónicos y rimbombantes.

La biodiversidad terrestre es profundamente interesante, realmente enriquecedora y a veces hasta necesaria…, lo que no significa que sea dogma. De hecho, la vida cambia, muta, se adapta y nunca desaparece una vez nacida: algo así como la energía pero contando con una parte espiritual realmente creativa. Curiosamente, esto no ocurre con el hombre: no cambia, no muta, no se adapta y, antes o después, desaparece. El hombre puede hacerse más o menos hombre, nunca evoluciona –no al menos como los animales–, en todo caso involuciona, nunca se adapta sino al contrario, adapta la realidad a sus necesidades, la humaniza…; y su historia acaba con la muerte, al menos como hombre, y sobre todo en esta etapa terrestre.

Por eso, no debemos ni podemos tener en cuenta que el ser humano es una criatura de este Mundo, sino que es una criatura en este Mundo. Y eso lo cambia todo. Naturalmente que el hombre ha de comportarse de acuerdo con la dignidad que tiene, mayor que todo el Universo junto –de hecho no es comparable–, y tratar la realidad de manera magnánima, pues no sólo es dueño y señor de ella sino que, además es custodio y guardián de todo lo que existe. Lo que ocurre es que, debido a las tremendas ausencias en las que vive, todo esto suele superarle.

Claro que el desarrollo, la técnica, puede ser algo realmente bueno para el hombre y para el Mundo…, siempre que se haga un uso magnánimo de ello. Sin embargo, aún hoy seguimos cuidando más de la Tierra y sus habitantes que del hombre. Dicen, y hablan, y se les llena la boca contándonos que las especies están en peligro, que la Tierra está fatal, que no va a ver recursos para todos, que estamos calentando el globo… y un montón de sandeces más, profundamente falseadas, interesantemente dirigidas y utilizadas como justificación de auténticas barbaridades. No obstante, la cruda realidad es que en el último siglo han muerto más de mil millones de nascituros, seres humanos que ni siquiera han dejado nacer, más muertes que en todas las guerras de la humanidad juntas. Si hay algo en peligro en este Universo, no es precisamente la energía, la Tierra o la vida, sino el hombre.

Y no es la Tierra o el Universo quienes nos destruyen: somos nosotros mismos. La mala distribución del hombre en la tierra, o de los recursos –que hay de sobra, por cierto–, o de las riquezas…, no es un problema ecológico, es un problema humano. En realidad, el problema reside en que unos pocos joden a muchos. El problema está en aquellos que ostentan un poder iluso pero altamente destructivo. «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener» (Cfr. Laudato Si).

Claro que tenemos recursos para todos, claro que somos capaces de distribuir adecuadamente toda la riqueza en el mundo, claro que podemos desarrollar las energía alternativas y dejar de utilizar las destructivas…, lo que no está tan claro es que llegue el momento en el nos interesemos tanto los unos por los otros que de una vez por todas lo hagamos. No es cuestión de mirar el Mundo y pensar “qué mal está”, es cuestión de mirarnos unos a otros y decidirnos de una vez por todas por el abrazo, y el esfuerzo en común.

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