
Los señores hablan de cosas, los criados de personas.
Proverbio inglés.
Ésa sí que fue una gran película –Bad Day at Black Rock–, un hito en el cine negro del oeste, y muestra con una desgarradora realidad lo que vienen a esbozar estas líneas: el silencio es malo…, sólo hay una excepción. Y esa excepción es lo que lo convierte en mágico, en creador y en médico de almas… Pero por lo demás… es malo.
El silencio después de la guerra… es el que nos trae el hedor a la muerte, el que nos insinúa que a partir de ahora todo serán lágrimas. El silencio en mitad de la batalla… es aquel que nos recuerda el miedo, la angustia y la ausencia de los cobardes. El silencio del hogar…, con qué aplomo nos cae encima susurrándonos que nuestros seres queridos ya no está a nuestro lado. El silencio del amigo…, es lo que queda cuando su presencia se ha transformado en ausencia. El silencio del mundo, sólo es perceptible cuando nada queda en el universo, cuando todo ha desaparecido.
¿Y el silencio ante las injusticias? ¿Y ese silencio que resulta de que te tapen la boca para que no se escuchen tus palabras, tus ideas, tu grandeza? Es posible que el mundo se haya llenado de ruido, pero al menos dice algo. El silencio nada dice, nada expresa, nada sugiere. Cuando alguien muere en silencio es porque nadie a su lado vive para abrazarle, o porque muere rodeado de odio, que es otro tipo de silencio.
El silencio es para los mentirosos… que callan la verdad, es para los envidiosos… que ocultan su depravación…, es para los cobardes… que no quieren que su huida sea escuchada. Y el silencio de los niños, cuya mirado se ha tornado en una mueca de incertidumbre, de dolorido asombro por el maltrato de sus padres…
En esta tierra el silencio sólo existe cuando el amor se calla, porque se ha convertido en odio, en indiferencia o en cobardía. En esta tierra el silencio sólo está cuando se han evaporado las presencias, cuando ha muerto la palabra: una vez ocurrió, y el mundo se llenó de silencio, y el mal parecía haber triunfado.
Porque el hombre es persona, es un ser para…, siempre para…, es una flecha lanzada al infinito. Por eso goza de lenguaje, por eso busca la palabra y, antes o después, se define por ella: para bien o para mal. Yo soy lo que pienso, y más allá de mi lenguaje no existo. En el hombre todo comunica o todo se trunca, todo humaniza o deshumaniza. Por eso ha de acoger y expresar la palabra con todas las fuerzas de su ser, si realmente quiere llegar a ser hombre. Y ahí, justo en ese abrazo, es donde encontramos el único silencio bueno, aunque realmente no sea silencio, sino más bien esperanza: porque uno ha de olvidarse de las ausencias para abrazar la presencia de la palabra… Pero, como digo, más bien es un abrazo, una espera, un mirar enamorado, y no un silencio.