
Viven oscuros ángeles negros entre los dedos de tus palabras. DEL
De vez en cuando aparece algún iluminado, de esos que han estado a las puertas de la muerte y han sobrevivido –por aquello de que Dios, ese día, no pasaba lista–, al que se le ocurre la genial idea de pensar en algo en esos momentos tan excitantes, o lo piensa directamente, y les deja un buen sabor en la boca. El problema es que después se pasan la vida dando la misma conferencia de tres minutos sobre aquello para que los demás pobres y simples mortales, que no hemos degustado las aguas de la laguna Estigia, podamos entender qué es lo importante de esta vida y, así, quedar salvados y dirigidos perfectamente hacia la felicidad más impresionante.
Podrían, haberse callado desde un principio, sin embargo no puedo dejar de agradecer su indiscreción: ha dado pie a estas líneas.
Uno de esos iluminados nos ha dejado la receta perfecta, esas tres cosas importantes que pensó antes de morir –sin llegar a morir, claro–: todo cambia en un instante, es preferible ser feliz a tener razón (abajo el ego) y morir no da miedo. Simplemente curioso, sugerente a la par que sugestivo, interesante, sutil…, en fin, como diría un Groucho de leyenda, disculpe si no me levanto.
Todo cambia en un instante. Este es un pensamiento de alguien cercano a Einstein, realmente. Yo, algo menos físico, que siempre he gustado de formarme y disfrutar en las zonas rurales de España, al lado de personas cuyas raíces penetraban la tierra hasta lugares insospechados y fechas muy lejanas, he descubierto –junto a mis buenos amigos– que nada cambia en un instante, que nada ocurre por casualidad y que de lo que se siembra se recoge. Lecciones sencillas que se aprenden sin tener que estar a punto de morir, simplemente hace falta ponerse a ayudar al tío Vitoriano en la huerta para aprenderlo a fuego lleno de vida.
Es preferible ser feliz a tener razón (abajo el ego). Otra frasecita maja. ¡Qué mal ha hecho y sigue haciendo el buenismo! La felicidad es el resultado de una actitud ante la vida, ante todo lo que signifique vida. Es, por lo tanto, absolutamente necesario que esa actitud esté profundamente inmersa en la verdad, que, por otra parte, es algo que se muestra, no se demuestra –algo así como la belleza–. Así es como la frase tener razón es bastante absurda porque la razón no se tiene, no puede asirse y mucho menos poseerse, no nos pertenece. En todo caso, sólo tendría un significado coherente si fuera sinónimo de estar en la verdad, de contemplar la verdad, de ser alguien verdadero, sincero, leal, fiel. Y si esto es así, entonces no se puede ser feliz si no se está en la verdad, si no se tiene razón, puesto que uno estaría desquiciado, y la felicidad sólo se encuentra en la armonía, en el equilibrio, en el verdadero sentido de la existencia.
Morir no de miedo. Sobre esto no voy a hablar mucho, sólo quiero fijarme en todos los asesinados, destrozados, torturados, arrasados por catástrofes naturales, quemados, ahogados… No, morir no da miedo, pero todo aquello que conlleva en el transcurso hasta que estás muerto acojona un huevo. Por eso tanta gente vive de espaldas a la muerte intentando encontrar la jodida piedra filosofal de la eterna juventud (recuerdo que la encontró un colega de Dumbledore). La muerte, en sí misma, es una de las mayores aberraciones que el hombre ha parido, él solito. La muerte es aquello por lo que el hombre deja de ser hombre, continua siendo persona, pero ya no se le ve, ni se le oye… Quizá la muerte no de miedo (¡ya!) pero cómo llegamos a ella y a dónde nos dirigimos después son dos cosas que nos traen el corazón en vilo durante toda nuestra vida.
Así pues, mandado a la cafetería a todos estos iluminatis del compás y las intuiciones, siempre he optado por hacer caso a las personas bien formadas, con experiencia suficiente y con la sensatez y el sentido común de pensar las cosas mucho antes de hablar –si Dios nos ha dado dos orejas y una boca será por algo– y no justo antes de morir (que luego tampoco). Esos grandes maestros, que han existido en todas las épocas de los hombres, acaban coincidiendo en que, si reducimos a tres cosas lo importante de la vida, es decir, lo importante para saber vivir (porque, al fin y al cabo, uno muere de la misma forma que ha vivido), son las siguientes:
Lo primero es dar las gracias, siempre dar las gracias, ser agradecidos, vivir con una sonrisa en los labios y una luz en el alma. Y, sobre todo, dar las gracias por la vida. Así siempre la defenderemos en toda su plenitud y en toda su maravilla.
Lo segundo es pedir perdón –a nosotros mismos, a los demás–. Sin el perdón, y la aceptación del mismo, jamás existirá la civilización: nos acabaremos matando unos a otros, acabaremos destrozando la Tierra y todas sus maravillas.
Y lo tercero, aunque no por este orden, es formarnos muy bien la conciencia, aquello que siempre nos avisa de lo malo y de lo bueno: nuestro Pepito Grillo. Como dijo uno de esos maestros: siempre dormirás con tu conciencia, y espero que tu conciencia te deje dormir tranquilo.
A parte, siempre añaden un consejo al final, que reza así: nadie sale vivo de esta vida, todo acaba perdiéndose, nada te llevas contigo…, salvo una cosa: tu palabra. Procura entonces que cuando digas sí sea sí, y cuando digas no sea no.
En fin, y echándole un vistazo a la historia, a las obras de los hombres y a la leve línea que separa la luz de la oscuridad me atrevería a decir que todas esas cosas importantes vienen a decir lo mismo: vive enamorado. Si la norma de tu vida fuera el amor, y vivieras enamorado y enamorada cada segundo de tu peregrinaje por este Universo, otro gallo nos cantara.