
Fase 4: la catarsis
Si la fase anterior te ha parecido el plato fuerte, no hemos hecho más que empezar. Porque no solo es necesario analizarnos y entendernos, ni siquiera es suficiente llegar descubrir nuestros deseos más profundos que dan luz sobre el sentido que estamos dando nuestra vida. Las crisis son duras porque nos piden algo más: nos piden cambiar.
¿Y en qué debemos cambiar? Para responder a esta pregunta debemos poner en tela de juicio todo, incluso nuestros deseos.
De toda terapia lo más importante es esto: llegar a cuestionar nuestros deseos. ¿Debería desear lo que deseo?, ¿es esto bueno para mí?, ¿debería luchar por ello o rendirme y renunciar a ciertas cosas? ¿Le estoy dando el sentido correcto a mi vida? Porque quizás no estamos siendo realistas o nos estamos aferrando demasiado a algo que nos está destruyendo, o quizás no estamos dejando que nuestra vida avance. Esta es la parte más dura, tanto porque puede conllevar grandes renuncias que nos parten el alma, como porque podrían suponer grandes miedos ante objetivos nuevos que son dolorosos pero necesarios. No obstante, también diré que, aunque en este paso debemos dudar incluso de nosotros mismos (y eso es ya una renuncia), lo normal es no tener que renunciar a casi nada, pues no todo en nuestra vida está mal: el problema no está en nuestros bienes sino en cómo los utilizamos nosotros y qué prioridades les damos. Nadie suele tener malos intereses o malas intenciones verdaderas. No suele ser nuestra vida la que debe cambiar: quienes debemos cambiar somos nosotros. Por tanto, el sacrificio al final nunca es para tanto. Como decía Marcet Proust: aunque nada cambie, si yo cambio todo cambia.
El ser humano no desea cosas malas, pocos hay que deseen maquiavélicamente el mal de una manera tan macabra. El error no suele estar en lo que amamos sino en cómo amamos: amamos mal. El amor deriva muchas veces en dependencia, en envidia, en amor posesivo… en amor tóxico a fin de cuentas. Para ser felices no basta con amar sino que debemos amar bien. Para ello debemos re-enfocarnos: ¿Qué es lo correcto? ¿Dónde está el bien? ¿Cómo puedo hacer esto de la mejor forma posible? Aquí entra en juego la ética, la orientación de los valores, la escucha de la conciencia y la formación personal. Estas son las herramientas que nos ayudarán a discernir en nuestro día a día. Sólo así aprenderemos el arte de amar.
Pero para llegar a este punto, para llegar a poner en tela de juicio todo, incluso lo que más nos importa, debemos ser extraordinariamente libres. Este es el quid de la cuestión. Dar este paso es lo más duro que podemos vivir a nivel espiritual, pero también es lo que más nos desarrolla, lo que más nos centra y lo que nos hace madurar en todos los niveles. De este ejercicio manan las virtudes más potentes y sanadoras: la fe, la esperanza y a caridad. Una confianza profunda en los principios últimos de la vida, una extraordinaria capacidad para seguir adelante y la energía más arrolladora.
Este paso es como entrar en una especie de optimismo profundo que ya nadie te podrá quitar. Pues no se basa en que las cosas nos vayan bien sino en que de cualquier problema se pueda obtener a la larga un bien mayor. Y no veas cómo nos descansa y nos transforma esta catarsis existencial. Nos renueva y nos reestructura, nos transforma. En definitiva, nos orienta. Es doloroso y hay que aceptar la angustia del absurdo y de la duda, pero merece muchísimo la pena.
Debemos renunciar en parte a nuestros deseos para poder ordenarnos, pues solo si nos desligamos de algo podemos cambiarlo y ser objetivos con ello. El problema no suele estar en nuestros deseos sino en el orden o la prioridad que les damos. Como decía Stephen Covey, lo más importante es que lo más importante sea lo más importante, es decir, que lo primero es ordenar nuestras prioridades. Cuando nuestros deseos no están equilibrados unos con otros entre sí, se pierde la virtud y aparecen en seguida los vicios. Replanteémonos nuestras prioridades: ¿qué es realmente lo más importante?, ¿qué es lo que de verdad importa? o bien ¿qué es lo más importante para mí? Aunque podría dar muchas pistas y orientar mucho, no voy a comentar la respuesta general a esta pregunta porque, aparte de que es algo personal, es muy beneficioso responderla a solas.
No obstante, en ocasiones sucede que no vemos nada, que el dolor nos nubla pues aquello que hemos perdido parece ser precisamente lo más importante. Ante tan alta pérdida solo cabe hacer el duelo, re-enfocar nuestra vida y adaptarnos a las nuevas circunstancias. Para ello necesitas la pregunta: ¿Qué te queda? ¿Qué bienes te quedan? Podríamos decir: ¿Qué amores te quedan? Debemos descubrir que siempre hay suficiente bien en el mundo para ser felices, siempre hay personas a las que amar y siempre esencias de las que disfrutar. Tras la crisis debemos redescubrir nuestras pasiones y volver a enamorarnos. Entonces recuperaremos la alegría y la energía naturales que todos llevamos dentro.
Por último, siempre que uno cambia necesitará arrepentirse de algunos errores (más o menos numerosos y debe tratar de arreglarlos. Preguntémonos ahora: ¿En qué me he equivocado?, ¿cómo rectifico? y ¿cómo enmiendo el mal que hecho? El simple hecho de tener la conciencia tranquila y en paz es razón suficiente para que merezca la pena gozar de ser bueno. Y recuerde: puede cambiar. Todos pueden rectificar.