Fase 5: la orientación
Tras cuestionarnos nuestros deseos y tener clara cuál es nuestra meta, queda cuestionarnos por el camino que estamos tomando para alcanzar dicha meta. Aquí ya deja de ser importante el pasado: el pasado, pasado está. ¿Qué más da lo que hicimos? ¿Qué más da lo que haya sucedido? lo único importante ahora es que tenemos una meta y que debemos llegar a ella por el camino más corto, partiendo del lugar en el que nos encontramos. Por ello, nos enfocaremos de nuevo en el presente. Empecemos por dos sencillas cuestiones: ¿Cómo te ves a ti en el presente? ¿Qué papel crees que desempeñas tú en esta escena? Ya hemos analizado antes nuestras circunstancias, pero ahora lo importante es que, a la luz de nuestros deseos y de lo aprendido, cuestionemos nuestro papel. Ahora será mucho más fácil ver qué debemos hacer y cambiar nuestra actitud con mucha más facilidad.
Nuestro papel en la vida es lo que define el sentido de esta. Y el papel será distinto dependiendo de cuál sea el propósito que persigamos y cuál el punto del que partamos. En algún momento hemos podio desorientarnos ―perder los papeles― por eso debemos reflexionar sobre los papeles que hemos tenido lo largo de nuestra vida, el papel que tenemos ahora y el papel que realmente queremos tener. Preguntémonos: ¿Cómo eras antes? ¿Cuándo perdiste los papeles? ¿En quién te estás convirtiendo?, Y, por otro lado, ¿Cuál crees que debería ser realmente tu papel?, ¿quién quieres ser realmente?, ¿en quién quieres convertirte?
Nuestra personalidad es lo más valioso que tenemos y es lo primero que se altera tras un sufrimiento traumático. Esto es lo que principalmente se debe tratar. Solo que para llegar a esto, hay que reflexionar antes sobre todo lo que no es esto; la razón es evitar errores en algo tan íntimo y delicado. Por ello, antes de cambiarlo, debemos reflexionar sobre muchas cosas ―aunque sea un poco―: sobre el problema, sobre las circunstancias, sobre las otras posibles causas externas o secundarias, sobre la actitud que tienen los demás ante nuestro sufrimiento, sobre nuestro pasado, sobre cómo evitar que se repita en el futuro, sobre qué hubiéramos deseado que pasara, sobre qué nos motiva a salir de esto, etc. Como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias, y lo que sucede en torno a mí me afecta. Comprender nuestras circunstancias delimita el problema y nos ayuda a conocer nuestro verdadero yo, nuestra esencia, aquello que no es circunstancia: aquello que se ha mantenido intacto e inmutable, a pesar de los terremotos vitales, de las rupturas y de los sufrimientos.
Por otro lado, quedarnos en el análisis de las circunstancias solo nos lleva a obsesionarnos. Es necesario adentrarse en nosotros. El mayor problema nunca fueron las circunstancias sino lo que ellas nos causaron en el corazón: la alteración de nuestra actitud, es decir, de nuestra personalidad. Por eso, el daño siempre es más profundo y la terapia requiere un paso más: el redescubrimiento de nuestra personalidad desconocida u olvidada, el reencuentro con nosotros mismos.
En definitiva, la terapia integral siempre debe dar respuesta a preguntas como:¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿debo cambiarlo? y ¿porqué?, ¿qué perderé si no lo cambio? Pero, de todas, la pregunta principal y suficiente es ¿Quién soy?